Empezamos con el lunes, seguido del martes, después viene el miércoles, el jueves, el viernes y el sábado para terminar con el domingo. Sin embargo, no termina ahí, la semana vuelve a empezar su ciclo cuando termina el domingo con la llegada del lunes. Vivimos inmersos en una realidad dividida en estos siete días. La abstracción que es el tiempo se ve así fragmentada en nuestra vida cotidiana, de manera que podemos organizar más eficientemente nuestras actividades de producción (los trabajos) y nuestras actividades de esparcimiento (las diversiones y los pasatiempos).
Nuestra cultura de trabajo cuenta como premisa cinco días hábiles (lunes, martes, miércoles, jueves y viernes) y dos de “descanso” (sábado y domingo). Esta premisa dejó al pobre Lunes como el patito feo, el día más odiado por toda sociedad a lo largo y ancho del planeta. Claro que este hecho suena lógico cuando nos percatamos de que toda la complejidad que representa el tiempo se ve sintetizada en 3 jornadas laborales: la famosa jornada de tiempo completo, la cual contempla 8 horas de trabajo con un descanso; la media jornada, la cual embarca cualquier cantidad de horas de trabajo inferior a la jornada de tiempo completo y por último la jornada parcial por horas (ya sea que se realice una sola vez el trabajo durante un lapso de tiempo, o un trabajo en el cual las horas de trabajo pueden ser alternadas o consecutivas). De las 3 formas de jornadas de trabajo, la que se establece como la más ambigua y abierta a la interpretación es la 3era. Esa misma apertura que tiene esta jornada de trabajo, le da el potencial para abarcar una realidad de trabajo más compleja que la clásica jornada de tiempo completo.
Vamos a entender lo pasado explicando de manera sencilla... ¡No importa la edad, el género, la religión, el carácter, ni la raza! Todos, absolutamente todos los humanos, tenemos días buenos y días malos. Por más de que intentemos tener un día bueno el viernes o el sábado, a veces el día bueno es el martes y a veces el día que nos queremos morir es el domingo. A veces, el día que nos da insomnio es en miércoles, por lo que nuestro jueves de jornada de tiempo completo será un infierno y a veces el día que más activos estamos es en sábado, viéndose desperdiciada en GOT una oportunidad de trabajar con altos niveles de producción y eficacia. ¿Y si nuestra cultura de trabajo se entendiera exitosa por los objetivos que alcanzamos y no por el lapso de tiempo en el que trabajamos?
No me parece reprochable pensar que durante la época industrial los trabajadores ingleses laboraran jornadas hasta de 15 horas consecutivas. Al fin y al cabo, la idea de producir lo más posible apenas estaba comenzando y se necesitaba manifestar en todos los ámbitos de la vida cotidiana. Sin embargo, históricamente hablando, a partir de estos parámetros de trabajo, los trabajadores han exigido cada vez “mejores” condiciones y se ha logrado paulatinamente llegar a lo que hoy conocemos como un sistema establecido de jornadas de tiempo completo, de medio tiempo y jornadas parciales. Si no conocemos la historia, podríamos asumir que es injusto trabajar cinco días y descansar únicamente dos, pero los sucesos marcan que se ha reducido el tiempo de labor por trabajador, sin perder eficacia en la producción de los servicios o productos.
Regresando a la cuestión principal, el problema con el sistema actual no es que sea demasiado tiempo de trabajo, ni que no se hayan hecho esfuerzos por mejorar las condiciones del trabajador. El problema se fundamenta en la manera en la que esta constituido jurídicamente y culturalmente el sistema laboral universal. Claro que hay distintos tipos de trabajo, por lo que en este caso me refiero a aquellos trabajadores que están contratados para estar en una oficina en un horario definido (normalmente de 9am a 6 pm) y durante 5 a 6 días consecutivos (normalmente de lunes a viernes o sábado). Todo el sistema esta basado en normas que permitan mantener “más fácilmente” un control sobre los contratados.
Es este control el que tenemos inmersos en nuestra cultura laboral y que se ve completamente reflejado en términos de jurisdicción. Tal vez es el control, tal vez pensábamos que somos máquinas sin sentimiento alguno, pero si tratas de embarcar todo un sistema de producción en jornadas de 8 a 10 horas de trabajo al día, en algún momento tendrá que estallar. Para ver reflejadas las consecuencias de dicho control basta con voltear a ver un país como Japón, una de las economías más fuertes en el planeta, que también cuenta con una taza de suicidios más alta que cualquier otro país dentro del G8. Tan sólo en 2008, casi la mitad de los suicidios en Japón (47%) estuvieron relacionados con problemas de trabajo, ya fuera por presión causada por el trabajo, por trabajar horas extras de más o por no tomar días de descanso.
Ya comienzan a aparecer empresas que crean sus propias normas internas y dan a los trabajadores distintas condiciones laborales (home office, días libres fuera de la jurisdicción oficial, trabajo por proyecto, etc.). No se trata de revolucionar rápidamente un sistema que esta inmerso en nuestra cotidianidad desde hace mas de un siglo, se trata de empezar una nueva cultura de trabajo en la cual no ponderemos a los trabajadores por el tiempo que los vemos dentro de nuestra oficina, sino por los objetivos que alcanzan y la manera en la que los alcanzan. De esta forma, la complejidad que abarca la vida de un trabajador tendrá un colchón donde descansar cuando se vea inmersa en situaciones adversas (cuando nos sentimos deprimidos por la pérdida de un ser querido, cuando necesitamos unas vacaciones o unos días libres, cuando viene un amigo de visita y lo queremos pasear, cuando es el cumpleaños de una persona importante, cuando celebramos de más y no podemos estar temprano en la oficina, etc) sea cual sea la situación.
La clave podría estar en crear las estrategias necesarias para alcanzar dos objetivos:
Si esta nueva cultura creciera, en un futuro, ojalá no muy lejano, los lunes dejarán de ser el día más odiado para convertirse en cualquier otro día. Podrían ser un gran día de ocio, el San Lunes, como también un día perfecto para dedicarse al trabajo. No importará, porque tanto el jefe como el empleado sabrán los objetivos que se tienen que alcanzar. Como conclusión quisiera dar a entender que no tiene la menor importancia si son 5 días de trabajo o si son 4 o si son 3 o 2. Lo importante es alcanzar metas, crear planes de trabajo que cumplan esas metas y entender la mano de obra que se necesita para alcanzar esas metas sin afectar a ningún participante. Si resulta que los objetivos se alcanzan en 1 día, qué mejor qué poder estar con tu familia o hacer tu actividad favorita durante los otros 6 días, vida solo hay una.