¿Qué cambiarías en tu vida si tuvieras la capacidad de identificar las señales y recompensas que desencadenan rutinas buenas y malas de tu día a día? ¿Qué cambiarías en tu vida si tuvieras la capacidad de almacenar nuevos comportamientos en un lugar privilegiado de tu cerebro, donde estas conductas se vuelven hábitos? ¿Qué cambiarías?
Alvaro Bilbao comenta en su libro "El cerebro del niño explicado a los padres"(i) que las recompensas asociadas a una conducta son la mejor manera para reforzar el comportamiento de un niño. Estas recompensas generan una sensación de satisfacción en los niños, lo que puede ser el detonante para la creación de un hábito y debemos ser cuidadosos en las conductas que reforzamos, ya que el hábito a crear puede ser bueno o malo; el cerebro no distingue. Como ejemplo, plantea a un niño que llevado por la curiosidad descubre en el armario una caja de galletas de chocolate. Al comer una galleta, su cerebro experimentará inmediatamente gran satisfacción y esta sensación de satisfacción (recompensa) se asocia de manera inmediata al acto de curiosear (rutina). Para este ejemplo el hambre puede ser la señal que detone esta conducta y así esta práctica visible se convierte en un hábito.
En 1993, en San Diego California un hombre de 71 años llamado Eugenie Pauly sufrió una encefalitis viral, enfermedad que atacó a su cerebro en la región donde se almacena la memoria de corto plazo. Eugene no era capaz de recordar lo que había hecho hace un minuto, podía repetir acciones una y otra vez, mismas que olvidaba. La esposa de Eugene acostumbraba acompañarlo a una caminata por el vecindario de su casa debido a su enfermedad. Un día Eugene salió de su casa, al notar esto su esposa se aterrorizó pensando que no volvería, pero quince minutos más tarde Eugene regresó. Para Larry Squire (especialista en psiquiatría, psicología y neurociencias de la Universidad de California) fue un descubrimiento el observar como la enfermedad no había dañado el lugar donde se alojan los hábitos, esa estructura primitiva del cerebro llamada "ganglios basales".
El ciclo del hábito.
Charles Duhigg en su libro "El poder de los hábitos"(ii) identifica el patrón que forma los hábitos en un ciclo de tres pasos: la señal, la rutina y la recompensa. La señal es el detonante para nuestro cerebro, es quien le da la orden de realizar una acción determinada; la rutina es la experiencia física o mental de esta acción y finalmente la recompensa le otorga a nuestro cerebro el grado de satisfacción y le indica si esa conducta es se puede convertir en un hábito ¿interesante?
¿Por qué algunas conductas como hacer ejercicio para bajar de peso o dejar de fumar no se vuelven hábitos? En la mayoría de los casos la respuesta está en cualquiera de los elementos del bucle, elegir bien la señal, cambiar el hábito o mejorar la recompensa son factores determinantes para convertir una conducta en hábito. Para las personas que desean bajar de peso una buena señal sería preparar y planear la rutina de ejercicio, dejar los tenis y la ropa deportiva lista un día anterior y al finalizar la rutina comer un poco de chocolate ¿comer chocolate? ¡si lo que quiero es bajar de peso! Bueno, en principio tu cerebro no creerá que estás disfrutando el hacer ejercicio por lo que una buena recompensa puede ser el engañarlo con un poco de chocolate, al paso de unas semanas tu cuerpo no lo necesitara. El ejemplo anterior fue un estudio que se hizo en Alemania, se pudo demostrar como el cerebro paulatinamente se vió recompensado por otras sustancias como las endorfinas y dopamina derivadas de la actividad física.
Este ciclo del hábito es tan poderoso que para los mercadólogos representa una herramienta valiosa, veamos otro ejemplo que cita Charles: En los años 90 Procter and Gamble (P&G) introdujo Febreze, un producto para eliminar malos olores. En su introducción al mercado Febreze fue un fracaso, los consumidores objetivo no lo compraban, pues estaban habituados a los malos olores en sus casas (por ejemplo). Después de un estudio de mercado notaron que cuando una persona terminaba de limpiar un vidrio o de concluir con el aseo, su semblante reflejaba una pequeña sonrisa o un gesto de alegría, cambiaron la estrategia de Febreze y es ahora el toque final cuando terminas de hacer el aseo, la recompensa. Tal vez muy pocas personas sepan que Febreze en un poderoso eliminador de olores, P&G creó un hábito en los consumidores que representa un negocio de 1000 mdd anuales.
Nuestro cerebro tiende a formar hábitos para reducir esfuerzos, operan de manera separada a la parte responsable de la memoria, solo necesitan una señal y una recompensa. Según una investigación de la Universidad de Duke en 2006, el 40% de las acciones que ejecutamos en nuestro día a día son hábitos, no decisiones. Posiblemente en este momento estás pensando que crear hábitos hubiera sido mejor cuando fuiste niño, te equivocas. Nuestro cerebro es capaz de cambiar partes de su vida (hábitos) en cualquier momento, cuando esto sucede empezamos a pensar que puede cambiar el resto.
El ciclo del hábito es una herramienta poderosa para cambiar costumbres en nuestra vida, la regla de oro consiste en identificar la señal y la recompensa, en el caso de los hábitos perjudiciales resulta valioso comprender estos dos patrones para no extinguir el hábito sino cambiar la rutina por otra benéfica.
Ahora bien, si requiere el mismo esfuerzo la creación de un hábito positivo o negativo, ¿por qué no sacar el mejor provecho de nuestro cerebro mediante el uso de recompensas estratégicamente diseñadas para crear los buenos hábitos que tanto nos ha costado generar? Es momento de aprender nuevos hábitos y hacer que tu cerebro evolucione. Nuestra vida representa un gran taller para ensayar, el ciclo del hábito es una práctica que se puede escalar a cualquier contexto donde se desee cambiar esos supuestos básicos y creencias invisibles sobre las cuales opera nuestra cultura (doxa). Cristalizar el doxa con hábitos y dinámicas culturales (habitus) lo harán perpetuo.
(i) Bilbao, Álvaro. (2017) El cerebro de los niños explicado a los padres. Barcelona, Plataforma Editorial.
(ii) Duhigg, Charles, (2014) The power of habit. New York, Random House Company.
Todos los días llevamos a cabo acciones y actividades que no requieren toda nuestra atención, sino que por el contrario las realizamos por nota e inconscientemente: tomar café diariamente, hacer ejercicio o revisar el celular por la mañana son situaciones que ocupan nuestro tiempo sin que nosotros estemos conscientes de ello y para las que el cerebro ha reservado un espacio con el objeto de evitarnos gastar energía cuando las realicemos. Estas acciones reciben el nombre de hábitos y estos se encuentran tan incrustados en la personalidad y en la vida diaria que identificarlos no es una labor sencilla, incluso se pueden adquirir algunos nuevos sin que se note que hay una forma reciente de actuar respecto a diversos factores que se presentan en la cotidianidad. En su conferencia “The power of habit”, Charles Duhigg los define como decisiones que se toman en determinados momentos para ciertas situaciones y que, en ocasiones posteriores, ante igualdad de condiciones, se dejan de tomar para solamente actuar de la misma manera en la que se hizo previamente; además indica que existe un ciclo consistente en una señal que activa una rutina y para la cual siempre existirá una recompensa que será la que de perdurabilidad a este ciclo.[i]
Basado en lo anterior es posible considerar que los mismos parámetros utilizados para estudiar los hábitos personales son aplicables a los que como sociedad desarrollamos y que tienen implicaciones directas en la realidad diaria de nuestro ámbito profesional. En este sentido me gustaría repasar dos hábitos sociales mexicanos que experimentamos día con día y que, a mi parecer, constituyen un lastre anacrónico que imposibilita que alcancemos los niveles de desarrollo necesarios para el bienestar de todos: la educación y la cultura del esfuerzo.
Respecto a la educación, históricamente los hábitos nacionales han estado enfocados a memorizar los contenidos y dogmas que se aprendían en los colegios sin que se fomentará en los alumnos la capacidad de crítica y análisis que los problemas del país requieren. Dado lo anterior, la sociedad mexicana de hoy en día es una que está más acostumbrada a repetir viejas consignas nacionalistas, a tener una postura maniquea de los personajes que han marcado agenda en la historia, y a no estar dispuestos a afrontar los cambios que México necesita para poder darle viabilidad a las futuras generaciones. Haciendo el análisis con las premisas propuestas por Duhigg, la rutina consiste en ir a la escuela a memorizar teniendo como recompensa que no habrá necesidad de realizar mayor esfuerzo para entender variables complejas que se presentan en el día a día, sino que todo simplemente se solucionará repitiendo las viejas consignas a las que se está acostumbrado.
El segundo factor es la falta de hábito que existe a la cultura del esfuerzo, o dicho de otra manera, el hábito a la ley del mínimo esfuerzo. En varios ámbitos dentro de México cuesta mucho trabajo entender la importancia de proyectos a largo plazo que requieren planeación, dedicación y disciplina; los hábitos que existen son enfocados a soluciones de corto plazo, enfocadas más a paliar problemas que a dar soluciones de fondo a grandes retos. (Ejemplos de lo anterior son particularmente observables en las decisiones gubernamentales)
La inercia del país respecto a los dos hábitos mencionados anteriormente ha resultado muy difícil de romper durante el periodo de implementación de las llamadas reformas estructurales emanadas del “Pacto por México” y dicha resistencia se ha acentuado debido a que no existe una recompensa en general que logré alinear los hábitos de los mexicanos. Sucede lo mismo que los consumidores potenciales de cierto producto aromatizante para Procter & Gamble, en donde los primeros no consumen el producto debido a que creen que, aunque es muy bueno, ellos no lo necesitan. Por el mismo camino, la mayoría de la gente en México no cree necesitar los cambios que se están implementando y no están dispuestos a participar en ellos. Sin embargo, ciertos experimentos nos dan la pauta de que es necesario alinear las recompensas de la población para que la gente modifique sus hábitos.
En particular me gustaría citar el estudio “How to get addicted to good habits”[ii] de Reshmaan Hussam, profesora de Harvard, en donde ella y su equipo realizaron ciertas intervenciones en una población en la India para ver si era posible que la gente adoptará buenos hábitos tal como lavarse las manos. Para lo anterior, establecieron ciertas características que dieran una base sólida de partida y ser medianamente aceptados en la población, como que el jabón hiciera espuma (sensación de limpieza) y que no fuera muy perfumado (la gente comía con las manos y los olores se podían mezclar). Los resultados consistieron en que la gente era capaz de adoptar hábitos si se establecían dos variables fundamentes: monitoreo y recompensas económicas. Pero lo más importante es que respecto al factor económico, este sólo fue un aliciente temporal para que la gente se lavara las manos. De hecho, dado que se otorgaban boletos con valor económico por lavarse las manos a un grupo, se observó que el impacto en el hábito deseado de dar entre cero y un boleto era enorme pero que el impacto marginal a partir de tres boletos era muy pequeño. Más aún, el hábito continuó incluso después de que se dejaron de dar los boletos debido a que los beneficios para la salud de lavarse las manos antes de probar alimentos eran palpables.
Regresando a los dos hábitos mexicanos enunciados anteriormente, el identificarlos es inútil si no se plantea solución alguna que permita alinear los objetivos para modificar las recompensas existentes para esos fenómenos; aún más, plantear soluciones no servirá de nada si no somos capaces de implementarlas en la sociedad y dotarlas de una estructura que les permita su supervivencia a lo largo del tiempo. Estoy convencido de que esa recompensa en la sociedad mexicana pasa más por alinearla que por inventarla, por tener el liderazgo con estatura moral que logré aterrizarla a la población en general y mantener la estructura que se ha venido construyendo a lo largo del tiempo: es importante analizar en donde estamos posicionados en México y buscar la recompensa que nos permita mantenernos en este hábito.
Gary S. Becker y Kevin Murphy desarrollaron el concepto económico de Adicción Racional, en el que la racionalidad consiste en un plan para maximizar la utilidad a lo largo del tiempo y en donde una fuerte adicción a un bien es propiciada por efectos muy grandes de consumos anteriores de dicho bien en el consumo actual. A lo anterior nos deben de conducir los buenos hábitos sociales para que se configure un circulo virtuoso en que se pueda siempre caminar hacia adelante. Y mientras tanto nos corresponde como individuos y profesionistas contribuir al desarrollo de esos hábitos sociales desde nuestro día a día entendiendo a fondo lo que hacemos, desarrollando ideas que generen valor agregado en el largo plazo y cuyos beneficios puedan ser permeados tanto a la sociedad como a las personas que junto a nosotros pueden comenzar a realizarlas. En un podcast para Harvard Business Review, Duhigg afirmó que el éxito de una compañía está definido por los hábitos que surgen al interior de ella más que por la estrategia corporativa misma[iii]; es por esto último que sostengo que los cambios deben de llegar desde dentro de la sociedad, buscando nosotros esos impactos exponenciales que da el ir sumando nuevos integrantes que a su vez integrarán a otros más a este círculo virtuoso.
[i] Duhigg, C. (2012) El poder de los hábitos. Barcelona: URANO.
[ii] Nobel, C. (2018). How to Get People Addicted to a Good Habit. Harvard Business Review. Recuperado 29 de Marzo de 2018. https://hbswk.hbs.edu/item/how-to-get-people-addicted-to-a-good-habit
[iii] Fox, J. (June 2012). Habits: Why we do what we do. Harvard Business Review. Recuperado 29 de Marzo de 2018. https://hbr.org/2012/06/habits-why-we-do-what-we-do